expresión y queja

primera p(arte)

Hace ya varios años, Fernando Fabián (@fermarionet), argentino de padre gallego y madre napolitana, se encontraba en su peor momento vital, al borde del vacío. De repente, como una casualidad maravillosa de estas que te cambian la vida en el momento menos esperado, una serendipia, los espectáculos callejeros se cruzaron en su camino. "No tenía nada que perder y gané muchísimo", afirma el artista que trabaja en las calles de Gijón realizando 'shows' con sus títeres.

Tiene 60 años y dedicó 40 a diversas expresiones artísticas, pero siempre en la calle. Expresa con total convicción que este mundo cambió e incluso salvó su vida y que, una vez que entras, es imposible salir, como una mafia.

No tiene apenas formación, se la ha dado la experiencia. "Ensayo cuatro o cinco horas diarias, pero no lo considero como un trabajo porque me gusta mucho", cuenta Fabián. La calle es su lugar de preferencia, incluso si se le diera un espacio en un teatro. Le gusta estar cerca de la gente y cree que este formato le permite llevar sus espectáculos a todo el mundo porque "no todos tienen dinero para pagar una entrada y aquí pueden verlo con cinco céntimos o con nada".

Ahí, en la calle, se respira libertad, tanto para el artista como para el público, que si quiere se va y si quiere se queda. Esta libertad es la culpable, según Fabián, de que las personas que trabajan de ello estén completamente enganchadas. "También me encanta ver los ojos de la gente, las caras de asombro de los niños y abuelos… La calle es mi lugar", narra el marionetista. A pesar de tener que trabajar para comer, como todos, su vida es una aventura maravillosa que cambia cada día. Sus espectáculos son musicales y las marionetas están hechas por él mismo. En sus actuaciones, Bob Marley puede cantar flamenco y Charly García puede bailar salsa. Ambos son los protagonistas que, gracias al movimiento de varias cuerdas, tocan, cantan y bailan sin parar.

En la otra punta del mundo, se encuentra Daniel Pérez. A los ocho años le regalaron su primer diávolo, ese objeto que se sujeta entre dos palos unidos por una cuerda y se lanza al aire para hacer trucos diversos. Así, comenzó su pasión por los malabares y el ambiente circense, y estudió una FP de Animación. Tras terminar su formación, cogió su mochila e hizo su primer viaje acompañado de un amigo. Este viaje le abrió todo un mundo de posibilidades y ya, en su segunda vuelta, empezó a hacer malabares en los semáforos. La casa que le vio crecer está en León, pero su verdadero hogar es el mundo, por el que trota constantemente con o sin rumbo. A veces sabe dónde va a dormir, a veces no. A veces se despierta en un hotel, a veces al lado de un río o en una casa okupa.

El mundo de los espectáculos le ha dado la oportunidad de viajar, conocer y disfrutar de su vida con libertad. "Me gusta mucho el arte, la historia y la geografía, por eso siempre voy a sitios que tengan algo que ver", narra Pérez. El leonés cree que, a pesar de la adrenalina y la poca estabilidad aparente de su trabajo, se puede vivir de ello. "No sé si a largo plazo, pero de momento seguiré haciéndolo", cuenta. En los semáforos tiene menos de un minuto para demostrar sus habilidades y cautivar a las personas. "Creo que aporto una chispa de alegría. Nunca sabes por qué está pasando la gente", expresa el malabarista.

Su viaje más intenso fue a través de Sudamérica. Allí, se sentaba en una plaza y en menos de media hora ya tenía varias personas hablando con él. "Creo que en Europa somos mucho más individualistas", cuenta Pérez cuya experiencia en el país fue maravillosa y llena de gente y color. No quiere asentarse, por lo menos por ahora, ya que "no es muy de mirar al futuro". "Parte de la vida del artista callejero es ser un poco nómada", cree.

Daniel Pérez es un ejemplo de artista que está en ese mundo por amor, no por necesidad. "Es muy importante que se quiten los prejuicios y se le de visibilidad", afirma el leonés. No es que no tengan otra salida, no es un derivado de la pobreza, es una elección. Además, como todo artista callejero al que se le pregunte, su mayor motivación para elegir la calle como escenario es la capacidad de llegar a cualquier persona, pobres y ricos.

Esta necesidad de expresarse es un sentimiento primitivo, común a todos y con infinidad de posibilidades de manifestación. Algunos se muestran en la música y espectáculos, otros en la escritura, otros en la pintura, pero pocos vagan por la vida sin sentir esa chispa que les impulse a plasmar tanto el exterior como su propio interior.

Historia

Si echamos la vista atrás, los prehistóricos ya llenaban las paredes de pequeños dibujos que simplemente representaban su realidad cotidiana. No buscaban hacer grandes obras de arte, ni reivindicaciones, solo reflejar su normalidad a través de la pintura, expresarse. Sus materiales eran escasos y naturales, desde arcilla o carbón vegetal hasta grasa animal o incluso sangre. No tenían restricciones de espacios y su arte nos ha facilitado la tarea de conocer a nuestros ancestros y cómo vivían.

Ahora, si tenemos la suerte de pasear por cuevas como Altamira o Tito Bustillo viajaremos en el tiempo y estaremos en presencia de mamuts, bisontes, hienas, rinocerontes… Cazaremos ciervos y portaremos garrotes y proyectiles de piedra. Gracias a estas representaciones, nos sentiremos parte de algo más grande, parte de nuestra historia. ¿Podríamos llegar a decir que estas han sido las primeras representaciones de arte urbano de las que tenemos constancia?

El arte tiene este poder de teletransporte y las expresiones espontáneas se han ido desarrollando y han llegado hasta nuestros días. En la actualidad, el arte callejero y todo lo que lo envuelve es el lienzo preciso para todo aquel que sienta esta chispa de creatividad irreversible.

Más allá de los prehistóricos, podemos situar sus inicios en el París de los sesenta, cuando artistas de toda índole comenzaron a entrelazar a la ciudad con sus habitantes. Hasta el momento, ambos eran ajenos al otro. Los habitantes vagaban por las calle sin dejar su esencia en ellas. En una época de movimientos reivindicativos de carácter político y social, los humanos encontraron en la expresión artística una vía de escape y un altavoz para ser oídos. Poco a poco se ha ido desvinculando de la queja, pero sigue siendo uno de los métodos preferidos para ello.

El primer término de 'arte callejero' data de 1985 en el libro de Allan Schwartzman 'Street Art'. Esta publicación recoge obras de artistas neoyorkinos de principio de los ochenta, que lograron transformar la percepción de espacio urbano gracias a sus creaciones. Dichos artistas utilizaban la calle como lienzo y producían lo que, con la llegada del nuevo siglo, se interiorizó como un término generalizado y promocionado en los medios de comunicación: el arte callejero.

En un mundo de estereotipos y prejuicios, este tipo de arte está frecuentemente relacionado con vandalismo y pobreza. Por eso, los seudónimos son la clave para quienes participan de él. Banksy (@banksy) es el nombre más resonado y se desconocen muchos datos biográficos del artista. Sin embargo, con su aparición, el panorama urbano despegó hacia lo más alto y se demostró el impacto que puede llegar a tener en la sociedad. Incluso desde el anonimato, cuenta con casi doce millones de seguidores en redes sociales y sus obras tratan temas políticos y culturales desde un punto de vista satírico.

Queja

La globalización, las guerras, el consumismo, el poder de la política y la religión, la lucha de clases, la crisis migratoria o climática son algunas de las temáticas que el anónimo artista británico reivindica en sus obras por todo el mundo.

Banksy combina imágenes poderosas con mensajes provocativos y realiza críticas directas a la sociedad, instituciones y a las injusticias. Además de la pintura, el humor y la ironía son sus principales herramientas para generar esa ansiada reflexión en el espectador, muchas veces dormido, con obligación de despertar y observar el mundo que le rodea.

Sin necesidad de florituras, sus obras se caracterizan por la simplicidad visual y el uso de imágenes icónicas que han pasado a la historia. Además de su estilo distintivo, otra característica que le define es su ubicación estratégica. Sus obras a menudo aparecen sin previo aviso en espacios públicos, como muros, edificios y calles, el panorama urbano en su mayor esplendor. Estos lugares aportan esa accesibilidad tan necesaria en este tipo de arte y permiten que sus mensajes lleguen a todo el mundo, independientemente de su clase social o económica.

El arte de Banksy ha ganado atención y reconocimiento a nivel mundial. Sus obras se han convertido en símbolos de lucha y resistencia, y han sido objeto de discusión y debate en el ámbito artístico, político y social. Sus imágenes icónicas, como la niña soltando un globo en forma de corazón, el soldado con una máscara de gas sonriente o los ratones pintores, se han convertido en emblemas de la crítica social y la protesta pacífica. Según Amnistía Internacional, "Las personas tienen derecho a protestar pacíficamente, y los Estados tienen el deber de respetar, facilitar y proteger este derecho. Esto significa que no deben interferir en las protestas, a menos que exista una amenaza legítima para la seguridad y los derechos de otras personas". El arte urbano es una forma completamente pacífica de lucha por los derechos y, por lo tanto, puede incluirse dentro de este ámbito.

Banksy desafía las normas establecidas, cuestiona el statu quo y da voz a aquellos que a menudo son marginados o excluidos. Su trabajo es una invitación a la reflexión y al cambio, y busca generar conciencia y acción en la sociedad.

Expresión

Además de reivindicación, la principal motivación de arte urbano es la expresión y si alguien sabe de expresión y colaboración social a través del arte, son los miembros del colectivo de artistas urbanos Boa Mistura (@boamistura). Su nombre, que significa "buena mezcla" en portugués, refleja su enfoque en la colaboración y la diversidad en sus proyectos. Fundado en Madrid en 2001, el grupo está compuesto por cinco artistas con diferentes disciplinas artísticas y antecedentes académicos y ha logrado reconocimiento a nivel nacional e internacional.

Javier Serrano, arquitecto por la ETSAG y especializado en paisaje por la IUAV de Venecia, habla sobre el nacimiento de su grupo allá a principios del nuevo siglo. "Boa Mistura aparece de forma espontánea. Somos cuatro colegas del mismo barrio y nos conocimos pintando grafiti con quince años en la calle", narra. Cuando estaban terminando sus respectivas formaciones académicas, se dieron cuenta de que invertían más horas en pintar que en asistir a clase. Así, sin un previo estudio de mercado, sin agua asegurada en la piscina a la que estaban a punto de saltar, saltaron. "Simplemente, perseguimos algo que llevábamos dentro", expresa Serrano. Su motivo de ser se ha ido desarrollando y actualmente se basa en transformar las ciudades y la vida de sus ciudadanos, y crear vínculos entre las personas a través de un arte urbano, social y participativo.

El trabajo del colectivo abarca diferentes formas de expresión, como la pintura mural, el grafiti, la instalación y la intervención urbana. Utilizan colores vibrantes y diseños innovadores para crear obras que buscan transmitir mensajes positivos y promover la participación ciudadana.

Uno de los aspectos distintivos de Boa Mistura es su enfoque en la participación comunitaria. Antes de comenzar un proyecto, interactúan con la comunidad local para comprender sus necesidades y deseos, y luego incorporar esas perspectivas en el diseño de sus obras. A menudo trabajan en colaboración con residentes y grupos locales, involucrando a la comunidad en todo el proceso creativo. "La calle te permite tener una relación directa con el público", narra el arquitecto. Este soporte ya era su preferido antes de Boa Mistura y ahora no lo cambiarían por ningún otro. "Cuando estás pintando en la calle, las personas que pasan interactúan contigo y con tu obra. Una vez está terminado y a ojos de todo el mundo de forma gratuita, comienza a generar relatos dentro de las vida de las personas", cuenta Serrano que considera que, si a alguien le toca su obra por algún motivo, termina adoptándola dentro de su propia vida. Lo más interesante para el colectivo es esta unión con aquellos que les rodean para que puedan disfrutar de sus creaciones sin una criba cultural ni económica. Para ellos, "la calle es para todo el mundo" y por ello les parece el mejor vehículo de expresión.

A pesar de sus innumerables trabajos con increíble difusión y gran repercusión mediática, no gestionan ningún permiso. Algunos de sus trabajos son por encargo, pero, cuando no es así, "son más de pedir perdón que de pedir permiso". Así, su labor se vuelve arriesgada y deben buscar formas para que nada les interrumpa. Desde salir disfrazados de operarios del ayuntamiento y colocar conos a plena luz del día hasta salir vestidos de ninja por la noche, sus modus operandi son infinitos. Muchas personas consideran este tipo de expresiones vandálicas y a la pregunta "¿si pintas en lo que es de todos, eres artista o egoísta?", Serrano responde que "tienen razón, es egoísta". Cree que desde siempre el grafiti nace como una reivindicación individual en un sitio que es de todos, pero es fruto de la sociedad en la que vivimos, en la que cada uno de nosotros somos tan solo un número de identificación. "Algunos decidimos dejar de ser números y hacernos notar. ¿Cómo te haces notar? Molestando", expresa. Habla sobre la falta de humanidad en ciudades construidas por humanos y dentro de este atributo, cuenta la necesidad de espontaneidad tan clave dentro del arte callejero y que el sistema, a veces, elimina. "Abogo por una sociedad más espontánea y unos ciudadanos más vivos". Para él, una ciudad pintada es una ciudad viva.

El colectivo ha llevado a cabo numerosas intervenciones artísticas en ciudades de todo el mundo, dejando su huella en lugares como España, Brasil, Sudáfrica, México, Panamá, Noruega y Estados Unidos. Sus proyectos van más allá de la estética visual, buscando generar un impacto social y emocional en los espacios en los que intervienen. Muchos de ellos incluyen palabras que, según Serrano, eligen a través de los ojos de las personas que habitan el sitio. "Les preguntamos, ¿qué le gritarías al resto de la ciudad?". Una vez eligen entre todos, comienza la magia y los propios ciudadanos están invitados a unirse a ellos y pintar. Las creaciones son comunes y sin un límite creativo.

Quito, Ecuador

A pesar de que su objetivo sea la expresión, es inevitable que tengan ciertas connotaciones políticas, tanto por utilizar el espacio urbano como lienzo como por los lugares donde lo ejecutan, normalmente estigmatizados y dejados de lado. Uno de sus proyectos más reivindicativos surgió en un barrio de Madrid en el que hace más de 2 años, 4000 personas viven sin luz. Aquí, la pintura pasó a un segundo plano y le pidieron una vela a cada uno de los vecinos. Al colocarlas todas, se leía la frase "nos están apagando" en más de 150 metros de largo. Las encendieron y se fueron consumiendo, probando el carácter efímero de este tipo de expresiones.

Entre viajes constantes, peligro constante y recursos inestables, ya que hasta 2013 no empezaron a ganar más de lo que gastaban, se podría pensar que cómo estos chicos viven no es una forma de vida sostenible a largo plazo. Sin embargo, para Javier Serrano sí lo es. "Yo tengo una niña de un año y obviamente me cuesta cada vez que me voy de casa, pero no puedo dejar de hacerlo. Mientras merezca la pena y tenga sentido, seguiremos haciéndolo", concluye.

Boa Mistura ha recibido reconocimiento internacional por su arte urbano y su enfoque inclusivo. Su trabajo ha sido exhibido en galerías y museos, y también han impartido talleres y conferencias para compartir su experiencia y conocimientos. Muchas de sus obras, están a la venta en formatos reducidos y cuentan con un taller situado en el barrio madrileño de Vallecas donde suceden los primeros pasos que derivarán en la verdadera magia. Además, el pasado noviembre de 2022, el colectivo estrenó su documental "Crossroads. El Viaje Circular de Boa Mistura". "Un viaje circular alrededor del mundo a través de los proyectos comunitarios de este grupo de artistas urbanos, con música de Leiva y una lección magistral sobre el poder del arte como instrumento de transformación", cuenta la web de Alcine, el festival de cine de Alcalá de Henares donde se presentó el proyecto audiovisual.

A través de su creatividad y compromiso con la comunidad, el colectivo Boa Mistura continúa dejando su marca en el mundo del arte urbano y demostrando que este tipo de expresiones generan un impacto positivo en la sociedad, en las ciudades y, en general, en el mundo.

A menor escala, pero con la misma pasión, pinta Knew. Este es el nombre con el que firma un joven artista gallego y el pseudónimo al que nos referiremos para mantener a salvo su identidad. Knew es más individual. Toma el grafiti como terapia, con sus cascos y sus pinturas se olvida de todos los problemas de su vida. Lleva tantos años defendiendo su mayor 'hobbie' que ya tiene su 'speech' preparado. "Es la forma de arte más pura", confiesa. Para él, con este tipo de expresiones, una persona tiene más de perder que de ganar. "Tu pintas y todo son problemas", cuenta. Gastas tu dinero, consigues mala fama, te escupen la pieza, te la borran, puedes tener problemas legales… Pero sigues haciéndolo. No tienen remuneraciones, no se les devuelve lo que han dado, todo lo contrario. Por ese motivo, la única recompensa es auto valorar su propia obra o recibir apoyo de su círculo más cercano. "Pintas por la propia apreciación del arte como concepto, por eso es tan puro", expresa. Así, la pasión es lo único que mueve a estos artistas urbanos que, literalmente, pintan por amor al arte.

Sin embargo, otros como Imanol Cilla (@imanol.wall), sí que buscan una remuneración ya que para ellos el arte es un trabajo. Originario de Gumiel de Izán, Cilla no hace grafiti ilegal ni legal sin cobrar, hace muralismo. "En el grafiti haces lo que quieres, en el muralismo lo que te piden", cuenta Cilla, que adorna colegios, centros sociales y otros edificios para darles a sus clientes el toque de color que necesitan.

"El arte que me gusta es el cubismo y la abstracción. El grafiti también tiene de eso, pero tiene mucho texto y caligrafía", narra el gomellano. Se nutre de artistas clásicos y, para él, el arte urbano y grafiti va demasiado rápido, sin tiempo, ya que no quieres que te pillen. "Esta falta de tiempo es la parte más complicada para realizar una buena pieza", expresa. Por eso, elige lo permitido.

Para él, el arte es su trabajo y, a pesar de que ha regalado algunas de sus obras a colegios o centros sociales, la parte económica le resulta clave. "No puedes acostumbrar a la gente a que no cobras, por muy buena persona que seas", cuenta. Es un trabajo duro, "he llorado mucho", confiesa. Cree que hay que tener cuidado con la autoestima profesional y, aunque a veces se desespere todavía, expresa que hay que seguir hacia delante y tener constancia. Estudió Arquitectura y considera que es una carrera que le ha ayudado mucho con el muralismo. "Nos da mucha visión espacial", narra.

A veces, otras personas le tachan los murales y pintan encima. Cilla no los suele rehacer ya que "el grafitero que me lo tachó probablemente tenga más tiempo que yo y lo vuelva a hacer". Cree que, a pesar de que hay gente decente en todas partes, "en este mundillo hay mucho inmaduro que no tiene conciencia de lo que hace". 

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